Ahora

Sólo quiero un rinconcito para mí... Pero saboteo cada intento; y todo a mis pies se cae.

Siempre quise entender lo que me rodeaba. Aún en plumas me tiré en trampolín a mares de libros de física, teología, filosofía, psicología… para acabar empapada de incertidumbres. Hoy odio la física. Odio la psicología y creo, desgraciadamente, en el poder del cerebro. O por fortuna. Sólo sé que no me hace más feliz saber que los sentimientos se reducen a duchas hormonales. Y quiero creer que recibo a personas; no a estímulos sensoriales… pero ya es tarde. Demasiado tarde; ¿verdad? Y no hay ya vuelta atrás.

La filosofía me duele. Me duele como ninguna otra cosa. Me duele desde el crepúsculo de mis primeros ídolos; me duele desde los primeros instantes en la caverna; me duele… no cumple su cometido; no me hace… feliz.

Naufragio entre certidumbres cual dagas de hielo; lo poco que me devuelve el hálito se marchará pronto. Yo me marcharé. Siempre lo hago. Quien va conmigo y en mí me mantiene con vida. Quien va conmigo arrastrándome… me mata lentamente. A veces me gustaría acabar de una vez con todo; cómodamente tumbada y en armonía con el suelo. De verdad me gustaría; pero al acabar de planearlo llega uno de esos instantes color vida, y acariciándome suavemente el mentón parece decirme: -tranquila, pequeña… todo va a salir bien. Entonces despierto para mirar lúcida los horizontes ante mis ojos; aunque los negros y grises que ostentan no me otorguen la energía que necesito para caminar hacia ellos.